lunes, 26 de octubre de 2009

Gabo, mondongo y helado

En su correría por el mundo, Gerald Martin, biógrafo de García Márquez, hizo una breve parada para responder preguntas de Sincensura.

El escritor británico lanzó en Colombia su libro.


Sincensura: ¿En qué momento un profesor inglés de literatura se fijó en García Márquez?
Gerald Martín: En 1968, en la Ciudad de Mexico, durante el movimiento estudiantil, un año después de que "Cien años de soledad" fue publicado y García Márquez viajó a Barcelona.
El libro me deslumbró desde la primera pagina.

Sincensura¿Cuál es la principal virtud que le vio a Gabo?
G M: Una tenacidad increible para seguir luchando y expresar su genio

Sincensura ¿Cuál es su principal defecto?
GM: Su horror a los entierros.

Sincensura : Cuál es su manía?
GM : La perfección.

Sincensura: Qué de bueno le sacó Gabo a su padre?
GM :Lo fantasioso y el optimismo.

Sincensura ¿Qué de malo le sacó Gabo a su padre?

GM: La ira

Sincensura -Y de su mamá. Empecemos por lo bueno.
GM: El sentido de humor.


Sincensura - Y malo, ¿qué le sacó?
GM: La superstición (aunque, para decir la verdad, le ha servido muy bien).

Sincensura - ¿Qué tanto pesó Tachia, el amor de París, en la vida de Gabo?
GM; Aparece, fragmentada y disfrazada, en cuatro libros,

Sincensura ¿Tachia estuvo a punto de desplazar a Mercedes?
GM: No creo.

Sincensura ¿Gabo pensó alguna vez en abandonar la literatura?

GM. Si; pero únicamente porque tenía que sostener a su familia.

Sincensura ¿Cambió el premio nobel a Gabriel García Márquez?
GM: Si: optó por la diplomacia en vez de la militancia politica.

Sincensura ¿Cuál es la novela de Gabo que el autor quemaría?
GM :No se.

Sincensura ¿Y cuál es la novela que más le gusta?
GM: Ha tenido tantos favoritos,pero posiblemente "El otoño del patriarca".

Sincensura ¿Qué comida hace correr a Gabo?
GM: El mondongo.

Sincensura ¿Qué postre?
GM: Los helados.

Sincensura -¿Extraña Gabo a Colombia?
GM : Si, todos los dias.

Sincensura -¿Es madrugador?
GM: Siempre.

Sincensura ¿Es Gabo gruñón?
GM: Si, cuando no le dan helado de postre.

Sincensura -¿En qué ocupa hoy sus días García Márquez?
GM: En escribir, dice.

Sincensura ¿Cómo está la salud de Gabo?

GM: Muy buena, creo; como muchos viejos (yo, por ejemplo) tiene problemas con la memoria pero mantiene su buen sentido del humor.

Fotos: El País.com, Revista Dinners

miércoles, 14 de octubre de 2009

El Gabo y Fidel, eternos amigos


El Gabo, como le dicen los mexicanos, es noticia otra vez.

En el Palacio de Bellas Artes exponen su vida en una bella muestra fotográfica, en el mundo hispano circula la biografía de Gerard Martin y en Aracataca, la tierra del nobel, se abrirá su casa museo.


S
incensura se une a estos homenajes reproduciendo un artículo escrito por su eterno amigo, Fidel Castro.



La novela de sus recuerdos- Fidel Castro Ruz-

Gabo y yo estábamos en la ciudad de Bogotá el triste día 9 de abril de 1948 en que mataron a Gaitán. Teníamos la misma edad: 21 años; fuimos testigos de los mismos acontecimientos, ambos estudiábamos la misma carrera: Derecho.Eso al menos creíamos los dos.

Ninguno tenía noticias del otro. No nos conocía nadie, ni siquiera nosotros mismos.

Casi medio siglo después, Gabo y yo conversábamos, en vísperas de un viaje a Birán, el lugar de Oriente, en Cuba, donde nací la madrugada del 13 de agosto de 1926.
El encuentro tenía la impronta de las ocasiones íntimas, familiares, donde suelen imponerse el recuento y las efusivas evocaciones, en un ambiente que compartíamos con un grupo de amigos del Gabo y algunos compañeros dirigentes de la Revolución.

Aquella noche de nuestro diálogo, repasaba las imágenes grabadas en la memoria: ¡Mataron a Gaitán!, repetían los gritos del 9 de abril en Bogotá, adonde habíamos viajado un grupo de jóvenes cubanos para organizar un congreso latinoamericano de estudiantes.

Mientras permanecía perplejo y detenido, el pueblo arrastraba al asesino por las calles, una multitud incendiaba comercios, oficinas, cines y edificios de inquilinato. Algunos llevaban de uno a otro lado pianos y armarios en andas.

Alguien rompía espejos. Otros la emprendían contra los pasquines y las marquesinas. Los de más allá vociferaban su frustración y su dolor desde las bocacalles, las terrazas floridas o las paredes humeantes.

Un hombre se desahogaba dándole golpes a una máquina de escribir, y para ahorrarle el esfuerzo descomunal e insólito, la lancé hacia arriba y voló en pedazos al caer contra el piso de cemento.

Mientras hablaba, Gabo escuchaba y probablemente confirmaba aquella certeza suya de que en América Latina y el Caribe, los escritores han tenido que inventar muy poco, porque la realidad supera cualquier historia imaginada, y tal vez su problema ha sido el de hacer creíble su realidad.

El caso es que, casi concluido el relato, supe que Gabo también estaba allí y percibí reveladora la coincidencia, quizás habíamos recorrido las mismas calles y vivido los sobresaltos, asombros e ímpetus que me llevaron a ser uno más en aquel río súbitamente desbordado de los cerros.
Disparé la pregunta con la curiosidad empedernida de siempre. “Y tú, ¿qué hacías durante el Bogotazo?”, y él, imperturbable, atrincherado en su imaginación sorprendente, vivaz, díscola y excepcional, respondió rotundo, sonriente, e ingenioso desde la naturalidad de sus metáforas:

“Fidel, yo era aquel hombre de la máquina de escribir”.

A Gabo lo conozco desde siempre, y la primera vez pudo ser en cualquiera de esos instantes o territorios de la frondosa geografía poética garciamarquiana. Como él mismo confesó, lleva sobre su conciencia el haberme iniciado y mantenerme al día en “la adicción de los best-sellers de consumo rápido, como método de purificación contra los documentos oficiales”.

A lo que habría que agregar su responsabilidad al convencerme no solo de que en mi próxima reencarnación querría ser escritor, sino que además querría serlo como Gabriel García Márquez, con ese obstinado y persistente detallismo en que apoya como en una piedra filosofal, toda la credibilidad de sus deslumbrantes exageraciones.

En una oportunidad llegó a aseverar que me había tomado dieciocho bolas de helado, lo cual, como es de suponer, protesté con la mayor energía posible. Recordé después en el texto preliminar de Del amor y otros demonios que un hombre se paseaba en su caballo de once meses y sugerí al autor:

“Mira, Gabo, añádele dos o tres años más a ese caballo, porque uno de once meses es un potrico”.
Después, al leer la novela impresa, uno recuerda a Abrenuncio Sa Pereira Cao, a quien Gabo reconoce como el médico más notable y controvertido de la ciudad de Cartagena de Indias, en los tiempos de la narración.

En la novela, el hombre llora sentado en una piedra del camino junto a su caballo que en octubre cumple cien años y en una bajada se le reventó el corazón.

Gabo, como era de esperarse, convirtió la edad del animal en una prodigiosa circunstancia, en un suceso increíble de inobjetable veracidad.

Su literatura es la prueba fehaciente de su sensibilidad y adhesión irrenunciable a los orígenes, de su inspiración latinoamericana y lealtad a la verdad, de su pensamiento progresista.

Comparto con él una teoría escandalosa, probablemente sacrílega para academias y doctores en letras, sobre la relatividad de las palabras del idioma, y lo hago con la misma intensidad con que siento fascinación por los diccionarios, sobre todo aquel que me obsequiara cuando cumplí 70 años, y es una verdadera joya porque a la definición de las palabras, añade frases célebres de la literatura hispanoamericana, ejemplos de buen uso del vocabulario.

También, como hombre público obligado a escribir discursos y narrar hechos, coincido con el ilustre escritor en el deleite por la búsqueda de la palabra exacta, una especie de obsesión compartida e inagotable hasta que la frase nos queda a gusto, fiel al sentimiento o la idea que deseamos expresar y en la fe de que siempre puede mejorarse.

Lo admiro sobre todo cuando, al no existir esa palabra exacta, tranquilamente la inventa. ¡Cómo envidio esa licencia suya!

Ahora aparece Gabo por Gabo con la publicación de su autobiografía, es decir, la novela de sus recuerdos, una obra que imagino de nostalgia por el trueno de las cuatro de la tarde, que era el instante de relámpago y magia que su madre Luisa Santiaga Márquez Iguarán echaba de menos lejos de Aracataca, la aldea sin empedrar, de torrenciales aguaceros eternos, hábitos de alquimia y telégrafo y amores turbulentos y sensacionales que poblarían Macondo, el pequeño pueblo de las páginas de cien años solitarios con todo el polvo y el hechizo de Aracataca.


De Gabo siempre me han llegado cuartillas aún en preparación, por el gesto generoso y de sencillez con que siempre me envía, al igual que a otros a quienes mucho aprecia, los borradores de sus libros, como prueba de nuestra vieja y entrañable amistad.

Esta vez hace una entrega de sí mismo con sinceridad, candor y vehemencia, que le develan como lo que es, un hombre con bondad de niño y talento cósmico, un hombre de mañana, al que agradecemos haber vivido esa vida para contarla.
Encontrado en: Revista Cambio. 2002
Fotos: El Espectador, Revista Cambio y Semana

domingo, 13 de septiembre de 2009

Amores de Medioevo



En el mes del amor y la amistad, SINCENSURA camina en retro hacia otros siglos para descubrir antiguas maneras de amar.

Hoy, aunque las cosas han cambiado, sexo con amor sigue siendo la llave para acercarnos a lo sublime de la vida


Hoy el sexo se solicita y se ofrece de una manera más natural pero en la época en que vivió el escritor de la prosa vulgar italiana, Giovanni Boccaccio, a principio del siglo 14, había que inventarse unos cuentazos, que por supuesto ninguno de los dos creía, pero que servían de pretexto para ejercer la sexualidad.



Como el cuentazo que le armó el monje Rústico a la casta y gentil Alibech para desflorarla, contado por Boccaccio, en el libro El Decamerón.


Rústico, valiéndose de muchas palabras y aprovechándose de la devoción de la doncella, primero, la convenció de lo muy rival de Dios que es el diablo luego, le mostró su diablo enardecido de pasión y después le dijo que una manera de servirle a Dios era encarcelando el diablo en el infierno de ella.

Alibech, queriendo obtener el favor de El Señor, accedió.

Con tan maravilloso juego de palabras el monje poseyó a Alibech no sólo una sino seis veces más y luego muchas veces seis. La damisela accedió sin oponerse porque creyó haber encontrado una forma placentera de servirle a Dios.

La narración de Boccaccio termina en lo que hoy se ha llamado guerra de sexos pues las llamas del infierno de Alibech debilitaron al potente diablo de Rústico que la complacía en tan escasas ocasiones que era, según narra Boccaccio, como echar un haba en la boca de un león.

El final de esta divertida historia lo podrán leer más adelante pero lo cierto del asunto es que en el siglo 14 las mujeres no se entregaban tan fácil a los hombres, eran más castas e incorruptibles, por lo reprimida que era la sociedad en aquel momento y por el temor al castigo del infierno del que hablaban el Papa y los obispos que eran los representantes de Dios en la tierra.
De esa Italia pujante y pacata del Medioevo, de la que se burla Boccaccio, al mundo de hoy muchas cosas han cambiado. Entre ellas la forma de pedir y aceptar el sexo.
Debe ser por la mano que le dio Freud, en el siglo 20, a la sexualidad humana al desmitificarla y reconocerle su papel en la formación de las neurosis por la represión sexual.

Freud, con su mente estudiosa y analítica, descubrió simbología de tipo sexual erótico en los sueños humanos y hasta en los rasgos del arte como el David de Miguel Ángel donde halló expresiones homosexuales del escultor.

Freud sacó el sexo de las llamas del pecado y puso en evidencia el factor del inconsciente como forma importante de lo que somos, de manera que el 80 por ciento de nuestras acciones son inconscientes.
Liberado el sexo con Freud, universalizado el condón y superados los temores de chamuscarse en las llamas del infierno las mujeres se desinhibieron y entraron al baile del sexo que es la fiesta de la vida misma y ¿porque no? del sexo y el amor, que es el verdadero goce de la vida.

Pero fue tanta la liberación de las mujeres y la sexualidad que hoy, incluso, se habla de las prepago una categoría con la que se designa a millones de mujeres a lo largo y ancho del Planeta que han convertido su sexo en una fuente importante de ingresos.

Ingresos para la universidad, para el arriendo, para el ascenso social, para las joyas y lujos, para conseguir una visa de residente ó simplemente a cambio de una cena y una rumba.
Inclusive hay mujeres que anuncian por internet la venta abierta de su virginidad.

Es decir que el sexo se volvió una mercancía. Y cuando el sexo se convierte en mercancía es prostitución.

Pero para ser justos hay que decir que no es la totalidad de las mujeres la que se dedica al comercio del sexo. También en el Planeta hay millones de mujeres (y hombres) que entienden el amarse en la carne como un tributo al amor mutuo y como un premio al ser amado.

Seres humanos que ven el sexo como un acto biológico y natural que se dimensiona con el sentimiento amoroso, donde lo masculino se sumerge en lo femenino y trasciende a la unidad. Donde dos se hacen uno.

Para este tipo de pensamiento no hace falta la compra del amor porque el amor no es una mercancía.

En este mes del amor y la amistad, y hablando de la piel y del alma, SINCENSURA quiere brindarle un tributo a la alianza infalible que se produce cuando se encuentran, en la misma cama, el sexo y el amor.

Y es infalible porque cuando nos damos por amor la gratificación no es económica sino íntima y profunda.

El sexo con amor no significa disminución de la llama de la pasión, por el contrario, permite a los amantes adentrarse en lo mas profundo de los sentimientos humanos a través de la piel. En estos casos la penetración es mucho más que física porque las almas permanecen juntas.

Cuando los amantes están llenos de amor el sexo se convierte en una fogosa aventura que ofrece sorpresas nuevas cada día.

Vivir la sexualidad con sentimientos amorosos es una elección que hoy puede lucir anacrónica o romántica por la comercialización que se hace del sexo pero nos acerca a lo sublime de la vida que trasciende en nuestro propio ser.

Ese es, en realidad, el verdadero regocijo de la vida.


Cuando Alibech aprendió a meter el diablo en su infierno

Décimo Cuento. El Decamerón. Giovanni Boccaccio.
Autor genial. Siglo 15. Italia.



-Quizá nunca, graciosas mujeres, hayáis oído decir: como se mete el diablo en el infierno, y por eso, sin apartarme de los efectos a que todo este racionamiento ha tendido, os lo quiero decir.
Pero, viniendo al hecho digo que en la ciudad de Capsa, en Berbería, hubo un hombre muy rico que entre sus demás hijos tuvo una hijita bella y gentil, llamada Alibech.

Y, no siendo ella cristiana un día preguntó a uno de qué modo y con menos impedimento podía servirse a Dios.

Respondíole el otro que mejor servían a Dios los que de las cosas del mundo huían, como quienes partían a los desiertos de la Tebaida.

La joven, que era muy simple y sólo tenía catorce años, no impelida por un ordenado deseo sino por muchachil capricho, sin nada hacer saber a nadie, a la siguiente mañana, a escondidas, partió hacia el desierto de la Tebaida.
Alibech alcanzó, más adelante, el refugio de un joven ermitaño, llamado Rústico, que era persona devota y buena, que la retuvo consigo en su retiro, y al llegar la noche hízole un camastro de hojas de palma y le dijo que se acostase allí.

Mas las tentaciones no tardaron en dar batalla a las fuerzas del eremita, el cual, hallándose muy engañado sobre ellas, sin esperar demasiados ataques volvió las espaldas y consideróse vencido.

Dio, pues, de lado santos pensamientos y las oraciones y disciplina, para sólo fijar en la memoria la juventud y belleza de la muchacha, pensando también en la forma de llegar, sin que ella lo notase, a conseguir, como hombre disoluto, lo que ella quería.

Primero probó, con ciertas preguntas, a saber si Alibech no había conocido varón todavía y sin tan simple era como mostraba. Y cerciorándose, creyó que podía acomodarla a sus placeres so capa de servir a Dios.

Y así, ante todo le mostró con muchas palabras lo muy enemigo de Dios que era el diablo, y luego le dio a entender que el mejor servicio que se podía hacer a Dios era meter el diablo en el infierno al que el Señor le había condenado.

La jovencita le preguntó cómo se efectuaba eso, y Rústico le contestó:

-Pronto lo sabrás, y para ello haz lo que me veas hacer.

Y comenzó a quitarse las pocas ropas que llevaba, hasta quedar del todo desnudo, y lo mismo hizo la muchacha; y él, arrodillándose como para orar, la atrajo cerca de sí.

Y, así estando, Rústico sintióse más encendido que nunca en deseos al verla tan bella, con lo que se produjo la resurrección de la carne. Notándole Alibech, maravillóse y dijo:

-Rústico, ¿qué cosa es esa que te veo, que sobresale hacia fuera y no la tengo yo?

-Hija mía- dijo Rústico-, este es el diablo de que te he hablado y tantas molestias me da que no lo puedo sufrir.
Entonces dijo la joven: loado sea Dios, que ya veo que estoy mejor que tú, puesto que no tengo ese diablo.

Dijo Rústico:

-En verdad que en cambio tienes otra cosa que no tengo

-¿El qué?-preguntó Alibech.

A lo que Rústico dijo

- Tienes el infierno; y te digo que creo que Dios te ha mandado aquí para salvación de mi alma, porque siempre que el diablo me cause esta importunidad, si tienes piedad de mí y permites que yo en el infierno lo meta, tú me darás grandísimo consuelo y a Dios daremos mucho placer y servicio si es que tu a esta regiones para eso viniste.

La joven, de buena fe, repuso:

-Padre mío, puesto que yo tengo el infierno sea ello cuando os plazca.

Dijo entonces Rústico:

-¡Bendito seas, hijita mía! Vamos a meter en el infierno el Diablo para que me deje en paz.


Y, esto diciendo, llevó a la joven a una de las yacijas y le enseñó cómo debía ponerse para encarcelar a aquel maldito de Dios. La joven, que nunca en el infierno había puesto diablo alguno, sintió la primera vez un poco de molestia, y dijo a Rústico:

-Malo, padre mío, debe ser ese diablo y muy enemigo de Dios porque aún en el infierno, sin hablar de otros lugares, duele cuando se le mete.

-Hija, no será siempre así- dijo Rústico


Y, para que ello no se repitiese seis veces volvieron a meterlo antes de levantarse del camastro, y de tal modo le extrajeron la soberbia de la cabeza que quedose tranquilo. Pero después volvíole la soberbia más veces y la joven siempre se mostró dispuesta a sacársela, hasta que el juego le acabó gustando, y dijo a Rústico:

-Ya veo que era verdad lo que decía aquella buena gente de Caspa, esto es, que el saber servir a Dios es cosas dulce; y por cierto que no recuerdo haber hecho otra que me diera tanto deleite y placer como meter el diablo en el Infierno, por lo que juzgo que toda persona que piense en otro asunto que en servir a Dios, debe ser una bestia.


Con lo cual muchas veces se acercaba a Rústico y le decía:

-Padre, yo he venido aquí para servir a Dios y no para estar ociosa. Vayamos pues a meter el diablo en el infierno.

Y, mientras lo hacían dijo alguna vez:

-Rústico. Yo no se porque el diablo se fuga del infierno, que si allí se estuviera tan de buen gusto como el infierno lo recibe y tiene, no saldría jamás.

Y así, invitando a menudo la joven a Rústico y exhortándolo a servir a Dios, llegó la cosa al extremo de que él sentía frio en ocasiones en que otro hubiese sudado.



Principió, pues, a decir a la joven que al diablo no había que castigarlo, ni meterlo en el infierno sino cuando el, por soberbio levantara la cabeza.

-Y nosotros-dijo- por la gracia de Dios, tanto le hemos escarmentado, que ya el ruega al señor que se le deje en paz.

Con esto impuso algún silencio a la joven, la cual viendo que Rustico no le pedía ya que metieran el diablo en el infierno, díjole un día:

-Rústico si ya tu diablo está castigado y no importuna, a mí el infierno no me deja sosegar. De manera que conviene que tú, con tu diablo, mitigues la rabia de mi infierno como yo con mi infierno he mitigado la soberbia de tu diablo.

Rústico que vivía de raíces y de agua, mal podía atender tal necesidad, y dijo que hartos diablos se necesitarían para calmar aquel infierno, pero que él, con el suyo, haría lo que pudiese.


Y así, de vez en cuando la satisfacía, pero en tan escasas ocasiones, que era como echar un haba en la boca del león; y la joven, pareciéndole no servir a Dios como debía, se quejaba bastante. Y mientas estas cuestiones se dirimían entre el infierno de Alibech y el diablo de Rústico, por tener uno demasiado deseo y el otro poco poder, hubo en Capsa un incendio en el que pereció, en su propia casa, el padre de Alibech con todos sus hijos y su servidumbre.

Alibech pasó a ser heredera de los bienes paternos. Y un joven llamado Neerbale, que había disipado todas sus riquezas, oyendo decir que la moza vivía, púsose a buscarla y la halló antes de que la justicia se apropiase de los bienes del padre por creerle muerto sin herederos.

Y así, con gran placer de rústico, y contra el parecer de ella, llevóse Neerbale a Capsa y la tomó por mujer y entró en posesión de su patrimonio.


Y, preguntándole las mujeres antes que Neerbale yaciera con ella, cómo había servido a Dios en el desierto, respondió que se ocupaba de meter el diablo en el infierno y que Neerbale había hecho gran pecado al quitarla de tan sabio servicio.



Las mujeres preguntaron:

-¿cómo se mete el diablo en infierno?

La joven, con palabras y actos, se lo mostró. Y ellas rieron, y aun creo que deben seguir riendo, y dijeron:

-No te inquietes, hija, no; que eso también se hace aquí, y Neerbale servirá bien para el caso, si quiere Dios.

Y luego, contándolo una a otra por la ciudad, consiguieron convertir en dicho vulgar el de que ningún modo se sirve mejor a Dios que metiendo el diablo en el infierno. Dicho que, habiendo traspasado el mar, aun dura.

Y por eso vosotras, jóvenes, que necesitadas estáis de la gracia de Dios, aprended a meter el diablo en infierno, porque ello es muy grato al señor y placentero a las partes operantes y de ello mucho bien pueden nacer y seguirse.






















sábado, 12 de septiembre de 2009

Amores de Medioevo

En el mes del amor y la amistad, SINCENSURA camina en retro hacia otros siglos para descubrir antiguas maneras de amar.

Hoy, aunque las cosas han cambiado, sexo con amor sigue siendo la llave para acercarnos a lo sublime de la vida



Hoy el
sexo se solicita y se ofrece de una manera más natural pero en la época en que vivió el escritor de la prosa vulgar italiana, Giovanni Boccaccio, a principio del siglo 14, había que inventarse unos cuentazos, que por supuesto ninguno de los dos creía, pero que servían de pretexto para ejercer la sexualidad.

Como el cuentazo que le armó el monje Rústico a la casta y gentil Alibech para desflorarla, contado por Boccaccio, en el libro El Decamerón.

Rústico, valiéndose de muchas palabras y aprovechándose de la devoción de la doncella, primero, la convenció de lo muy rival de Dios que es el diablo, luego, le mostró su diablo enardecido de pasión y después le dijo que una manera de servirle a Dios era encarcelando el diablo en el infierno de ella.

Alibech, queriendo obtener el favor de El Señor, accedió.

Con tan maravilloso juego de palabras el monje poseyó a Alibech no sólo una sino seis veces más y luego muchas veces seis. La damisela accedió sin oponerse porque creyó haber encontrado una forma placentera de servirle a Dios.

La narración de Boccaccio termina en lo que hoy se ha llamado guerra de sexos pues las llamas del infierno de Alibech debilitaron al potente diablo de Rústico que la complacía en tan escasas ocasiones que era, según narra Boccaccio, como echar un haba en la boca de un león.

El final de esta divertida historia lo podrán leer más adelante pero lo cierto del asunto es que en el siglo 14 las mujeres no se entregaban tan fácil a los hombres, eran más castas e incorruptibles, por lo reprimida que era la sociedad en aquel momento y por el temor al castigo del infierno del que hablaban el Papa y los obispos que eran los representantes de Dios en la tierra.

De esa Italia pujante y pacata del Medioevo, de la que se burla Boccaccio, al mundo de hoy muchas cosas han cambiado. Entre ellas la forma de pedir y aceptar el sexo. Debe ser por la mano que le dio Freud, en el siglo 20, a la sexualidad humana al desmitificarla y reconocerle su papel en la formación de las neurosis por la represión sexual.

Freud, con su mente estudiosa y analítica, descubrió simbología de tipo sexual erótico en los sueños humanos y hasta en los rasgos del arte como el David de Miguel Ángel donde halló expresiones homosexuales del escultor. Freud sacó el sexo de las llamas del pecado y puso en evidencia el factor del inconsciente como forma importante de lo que somos, de manera que el 80 por ciento de nuestras acciones son inconscientes.

Liberado el sexo con Freud, universalizado el condón y superados los temores de chamuscarse en las llamas del Infierno las mujeres se desinhibieron y entraron al baile del sexo que es la fiesta de la vida misma y ¿porque no? del sexo y el amor, que es el verdadero goce de la vida.

Pero fue tanta la liberación de las mujeres y la sexualidad que hoy, incluso, se habla de las prepago, una categoría con la que se designa a millones de mujeres a lo largo y ancho del Planeta que han convertido su sexo en una fuente importante de ingresos. Ingresos para la universidad, para el arriendo, para el ascenso social, para las joyas y lujos, para conseguir una visa de residente ó simplemente a cambio de una cena y una rumba.

Inclusive hay mujeres que anuncian por internet la venta abierta de su virginidad.

Es decir que el sexo se volvió una mercancía. Y cuando el sexo se convierte en mercancía es prostitución.

Pero para ser justos hay que decir que no es la totalidad de las mujeres las que se dedican al comercio del sexo. También en el Planeta hay millones de mujeres (y hombres) que entienden el amarse en la carne como un tributo al amor mutuo y como un premio al ser amado.

Seres humanos que ven el sexo como un acto biológico y natural que se dimensiona con el sentimiento amoroso, donde lo masculino se sumerge en lo femenino y trasciende a la unidad. Donde dosse hacen uno.

Para este tipo de pensamiento no hace falta la compra del amor porque el amor no es una mercancía.

En este mes del amor y la amistad, y hablando de la piel y del alma, SINCENSURA quiere brindarle un tributo a la alianza infalible que se produce cuando se encuentran, en la misma cama, el sexo y el amor. Y es infalible porque cuando nos damos por amor la gratificación no es económica sino íntima y profunda.

El sexo con amor no significa disminución de la llama de la pasión, por el contrario,permite a los amantes adentrarse en lo mas profundo de los sentimientos humanos a través de la piel. En estos casos la penetración es mucho más que física porque las almas permanecen juntas.

Cuando los amantes están llenos de amor el sexo se convierte en una fogosa aventura que ofrece sorpresas nuevas cada día.

Vivir la sexualidad con sentimientos amorosos es una elección que hoy puede lucir anacrónica o romántica por la comercialización que se hace del sexo pero nos acerca a lo sublime de la vida que trasciende en nuestro propio ser.

Ese es, en realidad, el verdadero regocijo de la vida.


Cuando Alibech aprendió a meter el diablo en su infierno

Décimo Cuento. El Decamerón. Giovanni Boccaccio. Autor genial del Siglo 15. Italia.

-Quizá nunca, graciosas mujeres, hayáis oído decir: como se mete el diablo en el infierno, y por eso, sin apartarme de los efectos a que todo este racionamiento ha tendido, os lo quiero decir.

Pero, viniendo al hecho digo que en la ciudad de Capsa, en Berbería, hubo un hombre muy rico que entre sus demás hijos tuvo una hijita bella y gentil, llamada Alibech.

Y, no siendo ella cristiana un día preguntó a uno de qué modo y con menos impedimento podía servirse a Dios.

Respondíole el otro que mejor servían a Dios los que de las cosas del mundo huían, como quienes partían a los desiertos de la Tebaida.

La joven, que era muy simple y sólo tenía catorce años, no impelida por un ordenado deseo sino por muchachil capricho, sin nada hacer saber a nadie, a la siguiente mañana, a escondidas, partió hacia el desierto de la Tebaida.

Alibech alcanzó, más adelante, el refugio de un joven ermitaño, llamado Rústico, que era persona devota y buena, que la retuvo consigo en su retiro, y al llegar la noche hízole un camastro de hojas de palma y le dijo que se acostase allí. Mas las tentaciones no tardaron en dar batalla a las fuerzas del eremita, el cual, hallándose muy engañado sobre ellas, sin esperar demasiados ataques volvió las espaldas y consideróse vencido,

Dio, pues, de lado santos pensamientos y las oraciones y disciplina, para sólo fijar en la memoria la juventud y belleza de la muchacha, pensando también en la forma de llegar, sin que ella lo notase, a conseguir, como hombre disoluto, lo que ella quería.

Primero probó, con ciertas preguntas, a saber si Alibech no había conocido varón todavía y sin tan simple era como mostraba. Y cerciorándose, creyó que podía acomodarla a sus placeres so capa de servir a Dios. Y así, ante todo le mostró con muchas palabras lo muy enemigo de Dios que era el diablo, y luego le dio a entender que el mejor servicio que se podía hacer a Dios era meter el diablo en el infierno al que el Señor le había condenado. La jovencita le preguntó cómo se efectuaba eso, y Rústico le contestó:

-Pronto lo sabrás, y para ello haz lo que me veas hacer.

Y comenzó a quitarse las pocas ropas que llevaba, hasta quedar del todo desnudo, y lo mismo hizo la muchacha; y él, arrodillándose como para orar, la atrajo cerca de sí.

Y, así estando, Rústico sintióse más encendido que nunca en deseos al verla tan bella, con lo que se produjo la resurrección de la carne. Notándole Alibech, maravillóse y dijo:

-Rústico, ¿qué cosa es esa que te veo, que sobresale hacia fuera y no la tengo yo?

-Hija mía- dijo Rústico-, este es el diablo de que te he hablado y tantas molestias me da que no lo puedo sufrir.

Entonces dijo la joven: loado sea Dios, que ya veo que estoy mejor que tú, puesto que no tengo ese diablo.

Dijo Rústico:

-En verdad que en cambio tienes otra cosa que no tengo

¿El qué?-preguntó Alibech.

A lo que Rústico dijo:

-tienes el infierno; y te digo que creo que Dios te ha mandado aquí para salvación de mi alma, porque siempre que el diablo me cause esta importunidad, si tienes piedad de mí y permites que yo en el infierno lo meta, tú me darás grandísimo consuelo y a Dios daremos mucho placer y servicio si es que tu a esta regiones para eso viniste.

La joven, de buena fe, repuso:

-Padre mío, puesto que yo tengo el infierno sea ello cuando os plazca.

Dijo entonces Rústico:

-¡Bendito seas, hijita mía! Vamos a meter en el infierno el Diablo para que me deje en paz.

Y, esto diciendo, llevó a la joven a una de las yacijas y le enseñó cómo debía ponerse para encarcelar a aquel maldito de Dios. La joven, que nunca en el infierno había puesto diablo alguno, sintió la primera vez un poco de molestia, y dijo a Rústico:

-Malo, padre mío, debe ser ese diablo y muy enemigo de Dios porque aún en el infierno, sin hablar de otros lugares, duele cuando se le mete.

-Hija, no será siempre así- dijo Rústico

Y, para que ello no se repitiese seis veces volvieron a meterlo antes de levantarse del camastro, y de tal modo le extrajeron la soberbia de la cabeza que quedose tranquilo. Pero después volvíole la soberbia más veces y la joven siempre se mostró dispuesta a sacársela, hasta que el juego le acabó gustando, y dijo a Rústico:

-Ya veo que era verdad lo que decía aquella buena gente de Caspa, esto es, que el saber servir a Dios es cosas dulce; y por cierto que no recuerdo haber hecho otra que me diera tanto deleite y placer como meter el diablo en el Infierno, por lo que juzgo que toda persona que piense en otro asunto que en servir a Dios, debe ser una bestia.

Con lo cual muchas veces se acercaba a Rústico y le decía:

-Padre, yo he venido aquí para servir a Dios y no para estar ociosa. Vayamos pues a meter el diablo en el infierno.

Y, mientras lo hacían dijo alguna vez:

-Rústico. Yo no se porque el diablo se fuga del infierno, que si allí se estuviera tan de buen gusto como el infierno lo recibe y tiene, no saldría jamás.

Y así, invitando a menudo la joven a Rústico y exhortándolo a servir a Dios, llegó la cosa al extremo de que él sentía frio en ocasiones en que otro hubiese sudado.

Principió, pues, a decir a la joven que al diablo no había que castigarlo, ni meterlo en el infierno sino cuando el, por soberbio levantara la cabeza.

-Y nosotros-dijo- por la gracia de Dios, tanto le hemos escarmentado, que ya el ruega al señor que se le deje en paz.

Con esto impuso algún silencio a la joven, la cual viendo que Rustico no le pedía ya que metieran el diablo en el infierno, díjole un día:

-Rústico si ya tu diablo está castigado y no importuna, a mí el infierno no me deja sosegar. De manera que conviene que tú, con tu diablo, mitigues la rabia de mi infierno como yo con mi infierno he mitigado la soberbia de tu diablo.

Rústico que vivía de raíces y de agua, mal podía atender tal necesidad, y dijo que hartos diablos se necesitarían para calmar aquel infierno, pero que él, con el suyo, haría lo que pudiese.

Y así, de vez en cuando la satisfacía, pero en tan escasas ocasiones, que era como echar un haba en la boca del león; y la joven, pareciéndole no servir a Dios como debía, se quejaba bastante. Y mientas estas cuestiones se dirimían entre el infierno de Alibech y el diablo de Rústico, por tener uno demasiado deseo y el otro poco poder, hubo en Capsa un incendio en el que pereció, en su propia casa, el padre de Alibech con todos sus hijos y su servidumbre.

Alibech pasó a ser heredera de los bienes paternos. Y un joven llamado Neerbale, que había disipado todas sus riquezas, oyendo decir que la moza vivía, púsose a buscarla y la halló antes de que la justicia se apropiase de los bienes del padre por creerle muerto sin herederos.

Y así, con gran placer de rústico, y contra el parecer de ella, llevóse Neerbale a Capsa y la tomó por mujer y entró en posesión de su patrimonio.

Y, preguntándole las mujeres antes que Neerbale yaciera con ella, cómo había servido a Dios en el desierto, respondió que se ocupaba de meter el diablo en el infierno y que Neerbale había hecho gran pecado al quitarla de tan sabio servicio.

Las mujeres preguntaron:

-¿cómo se mete el diablo en infierno?

La joven, con palabras y actos, se lo mostró. Y ellas rieron, y aun creo que deben seguir riendo, y dijeron:

-No te inquietes, hija, no; que eso también se hace aquí, y Neerbale servirá bien para el caso, si quiere Dios.

Y luego, contándolo una a otra por la ciudad, consiguieron convertir en dicho vulgar el de que ningún modo se sirve mejor a Dios que metiendo el diablo en el infierno. Dicho que, habiendo traspasado el mar, aun dura.

Y por eso vosotras, jóvenes, que necesitadas estáis de la gracia de Dios, aprended a meter el diablo en infierno, porque ello es muy grato al señor y placentero a las partes operantes y de ello mucho bien pueden nacer y seguirse.