Muchos podríamos escribir
de García Márquez, de Saramago e incluso de Héctor Abad lo que rechazamos de
ellos como individuos.
Yo diría, por ejemplo, que cuando conocí a Saramago me pareció muy adusto, un poco áspero y algo receloso de la desbordada admiración que profesan los lectores a Gabo. Pensé que la bella e inteligente Pilar del Río, su esposa y traductora en español, suavizaba al hombre rígido que escondía a sensible escritor.
Yo diría, por ejemplo, que cuando conocí a Saramago me pareció muy adusto, un poco áspero y algo receloso de la desbordada admiración que profesan los lectores a Gabo. Pensé que la bella e inteligente Pilar del Río, su esposa y traductora en español, suavizaba al hombre rígido que escondía a sensible escritor.
Podría decir que Gabo pudo
haberme hablado en Guadalajara cuando lo tuve frente a mí, mirando mis ojos de
periodista inquieta, de colombiana orgullosa y de lectora deslumbrada que no
ocultaba su emoción de poder ver tan cerca los ojos y las manos del hijo del
telegrafista de Aracataca que se hizo universal por la genialidad de su relato
y la cadencia de su prosa.
“Gabo, dime unas palabras
para Caracol Radio”, le dije un par de veces mientras él sostenía mi mirada
como escudriñando a la mujer que tenía enfrente y quizá valorando su vieja
decisión de no dar entrevistas. “Describe el momento, inventa la historia”, me
dijo un poco pícaro, un poco en serio. Luego retomó su camino hacia la tarima
donde lo esperaban Carlos Fuentes y otros grandes que ya estaban de pie, al
igual que el auditorio atiborrado con más de dos mil personas que aplaudían al
también colombiano Álvaro Mutis, que era homenajeado en esa Feria del Libro de
Guadalajara.
Podría decir que Héctor
Abad, a quien también conocí en aquella Feria, me pareció un paisa medio rolo,
sensible a medias, un hombre de apariencia cercana pero de trato distante,
meramente formal. Recuerdo que le ofrecí mi computador al verlo desubicado en
el salón de prensa. Lo atendí con la admiración y el respeto que me inspiran
los escritores de letras sensibles pero él fue incapaz de entregarse al
momento. Su mera formalidad en el trato la confirmé meses después cuando lo
entrevistaba por su éxito literario El Olvido que seremos. Luego de esos
encuentros sin matices, y aunque valoro las bondades de sus escritos, me
desapasioné por completo de sus lecturas.
Sin embargo las sombras
humanas que vi en Saramago, en el mismo Gabo e inclusive en Fuentes no fueron
suficientes para distanciarme de sus piezas literarias. A Fuentes lo conocí en
México y luego en Cartagena. En efecto, era un hombre recio, riguroso, un poco
infranqueable que se conducía con la seguridad de quien se sabe célebre. Pero
¿qué hay de malo en ello si esa celebridad es merecida?
Fuentes y Gabo se ganaron
el derecho a ser como se les dé la gana porque fueron gestores de la
transformación que sufrió la literatura hispanoamericana, porque convirtieron
relatos locales en piezas totalizantes y universales que le dieron identidad y
nombre a América, tal como lo dijo el propio Fuentes.
El mismo Gabo ha reconocido que la escritura se le hizo más difícil con los años, quizá porque perdió la espontaneidad que da el anonimato o porque dejó de escribir por el simple placer de simpatizar a sus amigos. ¿Debe ser eso motivo de cuestionamientos? ¿No basta acaso con que hubiera creado la delirante historia de los Buendía para dejar ver el tope de su grandeza? No necesitaba seguir demostrándolo. Cada obra posterior es una muestra adicional de la genialidad ya indiscutible.
A Saramago basta leerle El
Evangelio según Jesucristo o Caín para ser indulgente con el ser adusto que
cubrió al escritor heterodoxo, disconforme, iconoclasta y místico si se quiere.
Qué importancia tienen las sombras humanas de un narrador que fue capaz de
mostrar de otra forma los tiempos históricos y bíblicos cuestionando los credos
más sagrados de la religión judía e incluso del cristianismo.
En esos magistrales libros
Saramago viaja al pasado y como un dios griego de la literatura antigua crea la
historia de un Jesucristo hecho humano, expuesto a la tentación y a la ambición,
un hombre que pudo amar física, mental y sexualmente a una mujer como Maria
Magdalena, a la que amó en cuerpo y alma y que no era ni prostituta ni santa,
solamente una mujer de carne y hueso que le amó con autentico y arrebatado
amor.
El Jesús reinventado por
Saramago, en vez de ser concebido en el vientre de una virgen por el Espíritu
Santo, es producto de la simiente de José derramada en el sagrado interior de
la casta María…”Habiendo pues salido del patio, Dios no pudo oír el sonido
agónico, como un estertor, que salió o de la boca del varón en el instante de
la crisis, y menos aun el levísimo gemido que la mujer no fue capaz de
reprimir”.
Y en Caín Saramago es
fustigador pero totalizante re escribiendo la historia de un Caín humano, tan
culpable como somos todos, incluso el Dios que lo creo.
Tanto Saramago como Gabo y
Fuentes se ganaron con sus narraciones un pedestal en el olimpo de
los escritores. Pero como si eso fuera poco, Fuentes rompió los esquemas, dejo
de ser libro y se hizo presente, vivo,
actual y ciudadano pensante.
Se atrevió a hablar de
sociedad y actualidad y cuestionó sin tapujos a los políticos que resultaron
inferiores a los requerimientos de su México descuadernado y violento. Fuentes
aprovechó su prestigio inicial como escritor para darles luces a sus lectores
pensantes, votantes, que reconocieron en él al líder desprovisto de intereses
políticos. Suficiente con echar una mirada en las redes sociales para confirmar
que los mexicanos se sienten huérfanos con la partida no sólo del escritor sino
también del líder.
Tuvo otra virtud que
reconocen todos, incluso Abad, aunque someramente: su interés por que los
nuevos escritores encontraran cauces, hallaran casas editoriales que
reprodujeran sus obras en su sueño ideal de un planeta habitado sólo por
escritores y lectores.
Abad, con argumentos
reales en parte y fútiles a veces, no le hace justicia al Fuentes celebridad,
al personaje público que desafió las molestias propias de sus ochenta y tantos
años y tomó vuelos largos y tediosos para atravesar continentes y exponer su
pensamiento sociopolítico literario en auditorios sedientos de ideas nobles. No
le luce a un buen escritor como Abad, ya no principiante pero tampoco
universal, medir con una vara tan dura a un narrador que, si bien no fue en su
madurez el mismo de los años mozos, sí fue capaz de congregar la fidelidad de
sus lectores y de quitarse su corona para abrirles camino a sus herederos
literarios. Aca columna de Abad Que digan que estoy dormido http://www.is.gd/wOtjIs vía @elespectador
Que me disculpe Abad pero
Gabo, Fuentes, Cortázar, Borges, Neruda, Rulfo, Vargas Llosa, Mutis y muchos
grandes hispanoamericanos que hicieron bien la tarea, se ganaron el derecho a
ser vanidosos o no, a vestirse como gentleman o urbano, a simpatizar con la
izquierda como Gabo o Saramago, o con la derecha, como Borges o Vargas LLosa, a
inspirarse en Negrete, como Fuentes, o en el genial Pessoa, como lo soñó
Saramago.
Que me disculpe Abad pero
me resulta un poco insolente su apreciación de que el célebre Fuentes hace
parte de lo que Vargas Llosa llama la banalización de la cultura. Afirmar eso
sería banalizar a un hombre culto.
@indiravegap El Espectador http://www.is.gd/pvosz1 vía @elespectador