martes, 19 de noviembre de 2013

Poniatowska: “Una de las mayores deudas de México es con las mujeres”


La ganadora del premio Cervantes, repasa su trayectoria y la situación de su país 


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La escritora mexicana Elena Poniatowska. /  Fuente: El Pais.es



Elena Poniatowska (Ciudad de México, 1932) no le gusta que le llamen “Elenita”. Infantiliza, dice. Incluso cree que tiene un cierto tono machista. “Creo que me decían así porque me veían pequeñita”. Pequeñita de tamaño, quizá, pero la periodista, ensayista y escritora mexicana es una de las principales testigos del siglo XX mexicano. Y, en su opinión, “una de las mayores deudas de México es con las mujeres”.


Poniatowska recuerda a Frida Kahlo, la mítica pintora mexicana y esposa de Diego Rivera. “Una mujer magnética. Ahora todos hablan maravillas de ella, pero entonces se referían a ella como ‘la coja’. Decían: ‘Ahí viene Diego Rivera y su esposa la coja’. Amiga de Rosario Castellanos, de Paz, de Fuentes, de Carlos Fuentes, de Monsiváis, repasa con humor y a veces con nostalgia muchos de los momentos más importantes que le ha tocado vivir.


Dice que se hizo periodista porque le gustaba preguntar cosas. “En mi época las mujeres casi no íbamos a la universidad, y yo me dediqué a ese oficio. De andar de preguntona”. Por “andar de preguntona” conoció a su marido, el investigador Guillermo Haro. “Que me trató muy mal al inicio”, ríe. Y por preguntona coincidió con Luis Buñuel. Afirma que el director español fue una de las entrevistados que recuerda con más cariño. “Era muy amable, me llamaba ‘la niña de la leña’”.


Recuerda que el 3 de octubre de 1968, por ejemplo, fue a la plaza de Tlatelolco cuando su hijo tenía apenas unos meses de edad. 

“Era la primera vez que salía a la calle después de dar a luz”. El día después de la masacre de estudiantes, cuenta, el escenario era propio de una guerra. “Había tanques, las calles estaban solas. El panorama era desolador”.





De sus observaciones nació uno de los principales testimonios de aquel aciago día: La noche de Tlatelolco, una memoria de una de las jornadas más negras de México.

También relata la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, la primera movilización de oposición masiva en las épocas del todopoderoso PRI. Y, años más tarde, las campañas de Andrés Manuel López Obrador, al que ha apoyado sin rechistar. Incluso guarda un cojín con la imagen del dos veces candidato a la presidencia de México, bordado en punto de cruz. “México está peor que nunca. Han llegado momentos en que he pensado que hemos cruzado un límite, pero no es así. A veces me pregunto hasta cuándo vamos a seguir aguantando”.


Pero el momento histórico que, dice, más le ha marcado en los últimos 30 años fue el terremoto de 1985. “Uno de los pocos instantes en que México fue capaz de verse a sí mismo y sobreponerse”, cuenta. De los escombros salió un sentimiento ciudadano inédito, solidario y que puso en pie a la capital del país, entonces diezmada por el seísmo. “Monsiváis tiene una memoria fantástica de aquel momento, ‘No sin nosotros”. Lo dice y suspira. “A él lo extraño mucho, mucho”. Monsiváis murió en junio de 2010.

Tiene 84 años, pero aun guarda la energía de aquella jovencita que conoció a varios de los grandes personajes de su época. Tan así que es difícil sortear sus preguntas y evitar que el entrevistador acabe de entrevistado. En su casa, en el barrio de San Miguel Chimalistac, al sur de la Ciudad de México, está haciendo reformas. Los libros están cubiertos de plástico y su perro, un enorme gran danés, y sus dos gatos (“Monsi” y “Váis” en honor de su entrañable amigo) pasean entre los libros.

Tiene nostalgia (“antes la gente paseaba, vivía con tranquilidad, caminabas por la Ciudad de México como si fuera una ciudad de provincia”), pero también esperanza. “El mexicano tiene la fortaleza de sobreponerse a todo. No nos pueden destruir. Aunque a veces nos esforcemos en ello.

Elena Poniatowska, premio Cervantes







A sus 81 años es la cuarta mujer en recibir el máximo galardón de las letras en español


La escritoria mexicana Elena Poniatowska ha ganado el premio Cervantes, el máximo galardón de las letras españolas según ha anunciado el ministro de Educación, Cultura y Deportes en conferencia de prensa.

Considerado el Nobel español y creado en 1975 por el Ministerio de Cultura, el Premio Cervantes está dotado 125.000 euros y reconoce la figura de un escritor que con el conjunto de su obra haya contribuido a enriquecer el legado literario hispano.


En los 38 años de vida que tiene el Cervantes, solo en tres ocasiones ha recaído en una mujer: las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010) y la cubana Dulce María Loynaz (1992).



“¿Qué es el éxito? El éxito es un ratito. Uno nunca consigue absolutamente nada en esta vida. Como decía mi madre, aquí había un cantante que se llamaba Cri-Cri que cantaba ‘allá en la fuente había un chorrito, se hacía grande, se hacía chiquito’. Así es el éxito”, contaba la escritora en una entrevista de hace un año con este periódico. A lo largo de su trayectoria, la autora recibió también el premio Alfaguara, en 2001, por su novela La piel del cielo. / Fuente: GIANLUCA BATTISTA

martes, 6 de agosto de 2013

 


AJN.- “Para nuestro pequeño país es difícil contener esta cantidad de refugiados” así se refirió el asesor jurídico del Gobierno durante una visita que realizó a los barrios del sur de Tel Aviv. Por su parte, los residentes expresaron: “Sentimos que los refugiados hacen lo que quieren porque no se aplica la ley”.
 

 
Dos días después del asesinato cometido contra una mujer en un barrio del sur de Tel Aviv, y que conmocionó a todo el país, el asesor jurídico del Gobierno, Yehuda Weinstein, se hizo presente para dialogar con los vecinos.

No obstante, durante la gira que el funcionario protagonizó por el sur de la ciudad, formuló declaraciones con respecto a la cuestión de los refugiados que allí viven. “Es muy difícil para nuestro pequeño país contener la cantidad de refugiados, y la política del gobierno es luchar contra este fenómeno”, explicó Weinstein.

Por su parte, el presidente de la Comité de los Barrios del Sur de Tel Aviv, Shlomo Maslawi, quien acompañó al funcionario durante su visita expresó: “Tememos que los infiltrados sientan que pueden hacer lo que quieren porque no hay cumplimiento de la ley, y ya no podemos aguantar más esta situación. El Gobierno los trajo, y nosotros nos dirigimos a usted- por Weinstein- para que nos ayude”.

La visita tuvo inicio en la Comisaría del Sur de Tel Aviv, allí el funcionario se reunió con residentes de ese barrio quienes le expresaron sus preocupaciones por la falta de seguridad y los casos de delincuencia. La gira continuó y muchos ciudadanos le gritaron: “Expulsen a los refugiados”.

“Me hago cargo y prometo que tomaremos cartas sobre esta situación como corresponde”, aseguró Weinstein.
 
Fuente: Agencia Judia de Noticias

sábado, 27 de julio de 2013

Netanyahu acepta liberar 104 terroristas, incluidos árabes israelíes

El primer ministro, Biniamín Netanyahu, anunció en una carta abierta su intención de liberar a 104 terroristas palestinos y árabes israelíes "con sangre en las manos" encarcelados desde antes de los Acuerdos de Oslo (1993) para favorecer lo que él dice que es el inicio de un diálogo de paz.


"Es un decisión tremendamente difícil de tomar", pero "en este momento creo que es muy importante para el Estado de Israel entrar en un proceso diplomático", argumentó en una carta abierta a los ciudadanos del país difundida por su oficina.

Netanyahu empezó a telefonear a varios ministros de su partido, el Likud, para asegurarse la aprobación de la medida hoy en la reunión del gabinete, donde la votación se prevé dividida.

La excarcelación era una de las dos pre-condiciones palestinas, junto con la aceptación de la llamadas "fronteras" previas a la Guerra de los Seis Días de 1967 como marco del diálogo, para acudir el próximo martes a Washington al encuentro preliminar de las negociaciones.
La liberación de los terroristas palestinos y árabes israelíes se efectuará "en fases" y "de acuerdo al progreso" del diálogo, explicó el primer ministro.
Según el canal 2 de la televisión, la excarcelación se efectuará en cuatro fases, la primera de las cuales tendrá lugar dentro de dos semanas, cuando concluya Ramadán, el mes sagrado para los
musulmanes.

Algunos terroristas presos no volverán a sus localidades, sino que serán enviados al exilio, agregó el canal.

En su texto, Netanyahu considera "importante que Israel entre en un proceso diplomático que dure al menos nueve meses a fin de examinar si se puede alcanzar un acuerdo con los palestinos en ese plazo".

"Es importante agotar por completo las posibilidades de acabar el conflicto con los palestinos y solidificar el estatus de Israel en la compleja realidad internacional que nos rodea", recalcó.
El jefe de Gobierno recuerda que "en ocasiones, los primeros ministros necesitan en ocasiones tomar decisiones en contra de la opinión pública, cuando el tema es importante para el Estado".

No obstante, subraya que rechazó la demanda palestina de liberar los presos antes del inicio del diálogo o de decretar una moratoria en construcción en los asentamientos judíos en Judea y Samaria (nombres bíblicos de Cisjordania).

"En los próximos nueve meses, examinaremos si los palestinos quieren realmente acabar el conflicto que nos enfrenta, como nosotros queremos", sentenció.
El presidente palestino, Mahmud Abbas, ya había augurado "buenas noticias" el domingo para las familias de los terrorista presos.

El Gobierno de Netanyahu había hablado inicialmente de excarcelar 82 presos, pero al final ha cedido a que sean los 104 que reclamaba Abbas, entre ellos una veintena de terroristas árabes con ciudadanía israelí. 
fuente . EFE y Aurora

domingo, 7 de abril de 2013

Gabo y los espiritus esquivos de la poesia





Hace treinta años, un costeño de liqui-liqui recorrió medio mundo para recibir el premio a una aventura de la imaginación, como la que vivió y escribió Antonio Pigafetta, el navegante florentino con el que Gabo inicia el discurso de su Premio Nobel en el que se identifica como un " colombiano errante y nostalgico" que no es mas que una cifra señalada por la suerte.


Y con lo que intenta explicar el nacimiento de la literara fantástatica de La América.
Sincensura se une a los festejos que hace el mundo literario con motivo de las tres decadas del Premio Nobel reconstruyendo el discurso de Gabo, el hombre que le puso poesia y magia a la realidad..


Discurso de aceptación del Premio Nobel La soledad de América Latina
(1982)




Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara.
Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables.
Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino.
Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial.
El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda.
 No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo.




Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años. De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos.
La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega. Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte.
Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad. Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos.
 La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios.
 Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna.
Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes. No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos.
La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo. América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural.
¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa.
Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad. Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida.
Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina.
En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios. Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica.
Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor.
 Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado.
Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida.
La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos. En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte.
 El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.
Muchas gracias.