Recordando algunos fragmentos de la novela El Otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez, encontramos el arquetipo del dictador.
Bendición Alvarado vio a su hijo en uniforme de etiqueta con las medallas de oro y los guantes de raso que siguió usando por el resto de su vida y no pudo reprimir el impulso de su orgullo materno y exclamó en voz alta ante el cuerpo diplomático en pleno que si yo hubiera sabido que mi hijo iba ser presidente de la República lo hubiera mandado a la escuela, señor.
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Y yo solo me basto y me sobro para seguir mandando hasta que vuelva a pasar el cometa, y no una vez sino diez, porque lo que soy yo no me pienso morir más, qué carajo, que se mueran los otros, decía, hablando sin pausas para pensar, como si recitara de memoria, porque sabía desde la guerra que pensando en voz alta se le espantaba el miedo de las cargas de dinamita que sacudían la casa, haciendo planes para mañana por la mañana y para el siglo entrante al atardecer.
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Antes del fin de aquel año se instauró el proceso de canonización.
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Mediante un decreto que concibió por inspiración propia y dictó de su cuenta y riesgo sin prevenir a las fuerzas armadas ni consultar a sus ministros, y en cuyo artículo primero proclamo la santidad civil de Bendición Alvarado por decisión suprema del pueblo libre y soberano la nombró patrona de la nación, curadora de los enfermos y maestra de los pájaros y se declaro día de fiesta nacional el de la fecha de su nacimiento, y en el artículo segundo, y a p
artir de la promulgación del presente decreto se declaró el estado de guerra entre esta nación y las potencias de la Santa Sede con todas las consecuencias que para estos casos establecen el derecho de gentes y los tratados internacionales en vigencia, y en el artículo tercero se ordenó la expulsión inmediata, pública y solemne del señor arzobispo primado, obispos, los prefectos apostólicos, los curas y las monjas y cuantas gentes nativas o forasteras tuvieran algo que ver con los asuntos de Dios en cualquier condición y bajo cualquier título dentro de los límites del país y hasta cincuenta leguas marinas dentro de las aguas territoriales y ordenó en el artículo cuarto y último la expropiación de los bienes de la iglesia, sus templos, sus conventos, sus colegios, sus tierras de labor con su dotación de herramientas y animales, los ingenios de azúcar, las fábricas y talleres así como todo cuanto le pertenecía en realidad aunque estuviera registrado a nombre de terceros, los cuales bienes pasaban a formar parte del patrimonio póstumo de santa Bendición Alvarado de los pájaros para esplendor del culto y grandeza de su memoria.
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Se anticipó al futuro, con la ocurrencia mágica de que la vaina de este país es que a la gente le sobra demasiado tiempo para pensar, y buscando la manera de mantenerla ocupada restauró los juegos florales de marzo y los concursos anuales de reina de belleza, construyó el estadio de pelota más grande del Caribe e impartió a nuestro equipo la consigna de victoria o muerte, y ordenó establecer en cada provincia una escuela gratuita para enseñar a barrer cuyas alumnas fanatizadas por el estimulo presidencial siguieron barriendo las calles después de haber barrido las casas y luego las carreteras y los caminos vecinales, de manera que los montones de basura eran llevados y traídos de una provincia a la otra sin saber qué hacer con ellos en procesiones oficiales con banderas de la patria y grandes letreros de Dios guarde al purísimo que vela por la limpieza de la nación, mientras él arrastraba sus lentas patas de bestia meditativa en busca de nuevas formulas para entretener a la población civil.
Era difícil de admitir que aquel anciano irreparable fuera el único saldo de un hombre cuyo poder había sido tan grande que alguna vez preguntó qué horas son y le habían contestado las que usted ordene mi general.
Fuente: El Otoño del Patriarca. Gabriel García Márquez. Escrito entre 1968 y 1975.
Fotos: El Espectador, Revista Cambio.
hugo chavez, alvarouribe,rafael correa iguales.
ResponderEliminarla literatura y la realidad son la misma ficción.
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