lunes, 26 de octubre de 2009

Gabo, mondongo y helado

En su correría por el mundo, Gerald Martin, biógrafo de García Márquez, hizo una breve parada para responder preguntas de Sincensura.

El escritor británico lanzó en Colombia su libro.


Sincensura: ¿En qué momento un profesor inglés de literatura se fijó en García Márquez?
Gerald Martín: En 1968, en la Ciudad de Mexico, durante el movimiento estudiantil, un año después de que "Cien años de soledad" fue publicado y García Márquez viajó a Barcelona.
El libro me deslumbró desde la primera pagina.

Sincensura¿Cuál es la principal virtud que le vio a Gabo?
G M: Una tenacidad increible para seguir luchando y expresar su genio

Sincensura ¿Cuál es su principal defecto?
GM: Su horror a los entierros.

Sincensura : Cuál es su manía?
GM : La perfección.

Sincensura: Qué de bueno le sacó Gabo a su padre?
GM :Lo fantasioso y el optimismo.

Sincensura ¿Qué de malo le sacó Gabo a su padre?

GM: La ira

Sincensura -Y de su mamá. Empecemos por lo bueno.
GM: El sentido de humor.


Sincensura - Y malo, ¿qué le sacó?
GM: La superstición (aunque, para decir la verdad, le ha servido muy bien).

Sincensura - ¿Qué tanto pesó Tachia, el amor de París, en la vida de Gabo?
GM; Aparece, fragmentada y disfrazada, en cuatro libros,

Sincensura ¿Tachia estuvo a punto de desplazar a Mercedes?
GM: No creo.

Sincensura ¿Gabo pensó alguna vez en abandonar la literatura?

GM. Si; pero únicamente porque tenía que sostener a su familia.

Sincensura ¿Cambió el premio nobel a Gabriel García Márquez?
GM: Si: optó por la diplomacia en vez de la militancia politica.

Sincensura ¿Cuál es la novela de Gabo que el autor quemaría?
GM :No se.

Sincensura ¿Y cuál es la novela que más le gusta?
GM: Ha tenido tantos favoritos,pero posiblemente "El otoño del patriarca".

Sincensura ¿Qué comida hace correr a Gabo?
GM: El mondongo.

Sincensura ¿Qué postre?
GM: Los helados.

Sincensura -¿Extraña Gabo a Colombia?
GM : Si, todos los dias.

Sincensura -¿Es madrugador?
GM: Siempre.

Sincensura ¿Es Gabo gruñón?
GM: Si, cuando no le dan helado de postre.

Sincensura -¿En qué ocupa hoy sus días García Márquez?
GM: En escribir, dice.

Sincensura ¿Cómo está la salud de Gabo?

GM: Muy buena, creo; como muchos viejos (yo, por ejemplo) tiene problemas con la memoria pero mantiene su buen sentido del humor.

Fotos: El País.com, Revista Dinners

miércoles, 14 de octubre de 2009

El Gabo y Fidel, eternos amigos


El Gabo, como le dicen los mexicanos, es noticia otra vez.

En el Palacio de Bellas Artes exponen su vida en una bella muestra fotográfica, en el mundo hispano circula la biografía de Gerard Martin y en Aracataca, la tierra del nobel, se abrirá su casa museo.


S
incensura se une a estos homenajes reproduciendo un artículo escrito por su eterno amigo, Fidel Castro.



La novela de sus recuerdos- Fidel Castro Ruz-

Gabo y yo estábamos en la ciudad de Bogotá el triste día 9 de abril de 1948 en que mataron a Gaitán. Teníamos la misma edad: 21 años; fuimos testigos de los mismos acontecimientos, ambos estudiábamos la misma carrera: Derecho.Eso al menos creíamos los dos.

Ninguno tenía noticias del otro. No nos conocía nadie, ni siquiera nosotros mismos.

Casi medio siglo después, Gabo y yo conversábamos, en vísperas de un viaje a Birán, el lugar de Oriente, en Cuba, donde nací la madrugada del 13 de agosto de 1926.
El encuentro tenía la impronta de las ocasiones íntimas, familiares, donde suelen imponerse el recuento y las efusivas evocaciones, en un ambiente que compartíamos con un grupo de amigos del Gabo y algunos compañeros dirigentes de la Revolución.

Aquella noche de nuestro diálogo, repasaba las imágenes grabadas en la memoria: ¡Mataron a Gaitán!, repetían los gritos del 9 de abril en Bogotá, adonde habíamos viajado un grupo de jóvenes cubanos para organizar un congreso latinoamericano de estudiantes.

Mientras permanecía perplejo y detenido, el pueblo arrastraba al asesino por las calles, una multitud incendiaba comercios, oficinas, cines y edificios de inquilinato. Algunos llevaban de uno a otro lado pianos y armarios en andas.

Alguien rompía espejos. Otros la emprendían contra los pasquines y las marquesinas. Los de más allá vociferaban su frustración y su dolor desde las bocacalles, las terrazas floridas o las paredes humeantes.

Un hombre se desahogaba dándole golpes a una máquina de escribir, y para ahorrarle el esfuerzo descomunal e insólito, la lancé hacia arriba y voló en pedazos al caer contra el piso de cemento.

Mientras hablaba, Gabo escuchaba y probablemente confirmaba aquella certeza suya de que en América Latina y el Caribe, los escritores han tenido que inventar muy poco, porque la realidad supera cualquier historia imaginada, y tal vez su problema ha sido el de hacer creíble su realidad.

El caso es que, casi concluido el relato, supe que Gabo también estaba allí y percibí reveladora la coincidencia, quizás habíamos recorrido las mismas calles y vivido los sobresaltos, asombros e ímpetus que me llevaron a ser uno más en aquel río súbitamente desbordado de los cerros.
Disparé la pregunta con la curiosidad empedernida de siempre. “Y tú, ¿qué hacías durante el Bogotazo?”, y él, imperturbable, atrincherado en su imaginación sorprendente, vivaz, díscola y excepcional, respondió rotundo, sonriente, e ingenioso desde la naturalidad de sus metáforas:

“Fidel, yo era aquel hombre de la máquina de escribir”.

A Gabo lo conozco desde siempre, y la primera vez pudo ser en cualquiera de esos instantes o territorios de la frondosa geografía poética garciamarquiana. Como él mismo confesó, lleva sobre su conciencia el haberme iniciado y mantenerme al día en “la adicción de los best-sellers de consumo rápido, como método de purificación contra los documentos oficiales”.

A lo que habría que agregar su responsabilidad al convencerme no solo de que en mi próxima reencarnación querría ser escritor, sino que además querría serlo como Gabriel García Márquez, con ese obstinado y persistente detallismo en que apoya como en una piedra filosofal, toda la credibilidad de sus deslumbrantes exageraciones.

En una oportunidad llegó a aseverar que me había tomado dieciocho bolas de helado, lo cual, como es de suponer, protesté con la mayor energía posible. Recordé después en el texto preliminar de Del amor y otros demonios que un hombre se paseaba en su caballo de once meses y sugerí al autor:

“Mira, Gabo, añádele dos o tres años más a ese caballo, porque uno de once meses es un potrico”.
Después, al leer la novela impresa, uno recuerda a Abrenuncio Sa Pereira Cao, a quien Gabo reconoce como el médico más notable y controvertido de la ciudad de Cartagena de Indias, en los tiempos de la narración.

En la novela, el hombre llora sentado en una piedra del camino junto a su caballo que en octubre cumple cien años y en una bajada se le reventó el corazón.

Gabo, como era de esperarse, convirtió la edad del animal en una prodigiosa circunstancia, en un suceso increíble de inobjetable veracidad.

Su literatura es la prueba fehaciente de su sensibilidad y adhesión irrenunciable a los orígenes, de su inspiración latinoamericana y lealtad a la verdad, de su pensamiento progresista.

Comparto con él una teoría escandalosa, probablemente sacrílega para academias y doctores en letras, sobre la relatividad de las palabras del idioma, y lo hago con la misma intensidad con que siento fascinación por los diccionarios, sobre todo aquel que me obsequiara cuando cumplí 70 años, y es una verdadera joya porque a la definición de las palabras, añade frases célebres de la literatura hispanoamericana, ejemplos de buen uso del vocabulario.

También, como hombre público obligado a escribir discursos y narrar hechos, coincido con el ilustre escritor en el deleite por la búsqueda de la palabra exacta, una especie de obsesión compartida e inagotable hasta que la frase nos queda a gusto, fiel al sentimiento o la idea que deseamos expresar y en la fe de que siempre puede mejorarse.

Lo admiro sobre todo cuando, al no existir esa palabra exacta, tranquilamente la inventa. ¡Cómo envidio esa licencia suya!

Ahora aparece Gabo por Gabo con la publicación de su autobiografía, es decir, la novela de sus recuerdos, una obra que imagino de nostalgia por el trueno de las cuatro de la tarde, que era el instante de relámpago y magia que su madre Luisa Santiaga Márquez Iguarán echaba de menos lejos de Aracataca, la aldea sin empedrar, de torrenciales aguaceros eternos, hábitos de alquimia y telégrafo y amores turbulentos y sensacionales que poblarían Macondo, el pequeño pueblo de las páginas de cien años solitarios con todo el polvo y el hechizo de Aracataca.


De Gabo siempre me han llegado cuartillas aún en preparación, por el gesto generoso y de sencillez con que siempre me envía, al igual que a otros a quienes mucho aprecia, los borradores de sus libros, como prueba de nuestra vieja y entrañable amistad.

Esta vez hace una entrega de sí mismo con sinceridad, candor y vehemencia, que le develan como lo que es, un hombre con bondad de niño y talento cósmico, un hombre de mañana, al que agradecemos haber vivido esa vida para contarla.
Encontrado en: Revista Cambio. 2002
Fotos: El Espectador, Revista Cambio y Semana